Un viajero virtuoso llegó a un pueblo donde había un organista muy capaz, en cuya iglesia había dos órganos, uno grande y uno pequeño. Entablaron una relación y acordaron darse el placer de conducirse por el mal camino (como suele decirse) usando los dos órganos, y de probar sus habilidades musicales en todo tipo de fantasías , dúos , tríos, y cuartetos; fugados y no fugados. El concurso tuvo lugar durante un tiempo con cierta paridad entre los contrincantes. Con la armonía con la que un hombre llegaba a la conclusión, el otro comenzaba su parte y llevaba la textura armónica hacia adelante. El siguiente jugador completaba el ritmo del anterior, que había quedado inconcluso, y parecía como si las cuatro manos y los cuatro pies estuvieran siendo dirigidos por una única cabeza. Poco a poco, el viajero comenzó a emplear las artes más ocultas del contrapunto y de la modulación . Hizo uso de la aumentación y de la disminución en ciertas ideas, combinó varios sujetos musicales, trabajó en movimiento contrario, presentó una alla stretta, y de pronto cayó en la más distante de las tonalidades. El organista local, observó lo que el viajero estaba haciendo. Trató de imitarlo, pero se produjeron brechas armónicas. Empezó a tambalearse en su camino, tropezó, fue conducido por el viajero hacia nuevos desvíos, de los que, al final, simplemente ya no podía liberarse. Así que se levantó de su teclado, corrió hacia su oponente, a quien reconoció vencedor del concurso, le suplicó que continuara con su intrincada música todo el tiempo que pudiera; lo admiró, lo abrazó y le dijo que tenía que ser Sebastian Bach o un ángel del cielo. Era, en efecto, Sebastian Bach, con quien el organista no habría intentado igualar talentos si lo hubiera reconocido.
Friedrich Wilhelm Marpurg (Berlin, 1786)
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