Las primeras dos sinfonías que compuso Anton Bruckner fueron rechazadas por la Filarmónica de Viena. Su tercera sinfonía tampoco fue aceptada por ser “imposible de ejecutar”, pero gracias a la intervención de uno de los patrocinadores del compositor, fue estrenada con Bruckner como director. La obra no fue bien recibida: al final de su ejecución, sólo 25 personas se mantenían en sus asientos, entre ellos el joven Gustav Mahler. En 1881 la situación era mucho mejor, su Cuarta Sinfonía “Romántica” sería estrenada por el mundialmente famoso director Hans Richter. En el último ensayo antes del estreno, Bruckner se acercó al director, y le dio una propina: “Tome esto” dijo Bruckner poniendo una moneda en la mano de Richter “y beba un porrón de cerveza a mi salud”. El director miró atónito la moneda, la guardó en su bolsillo, y más tarde, la agregó a la cadena de su reloj.
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